jueves, 23 de septiembre de 2010

Su castigo sería una tarea. El debía recuperar el cáliz que se escondía más allá de toda huella. No lo custodiaba gigantes, ni perros de tres rostros plagados de dientes. Solo un una mujer, una vírgen de Diana. De ella debía conseguir el favor de la copa, el favor del cáliz sagrado. Sólo que ella, lo entregaría a aquel o aquella que pudiera cautivar su corazón. Era una donación, de la copa y de sí.
Entrevió los peligros de su gran travesía, una tarea que acaso amedrentaría al mismo Jásón. Pensó en los bósques innúmeres, inmarcesibles que debía develar. Pensó en mounstros, barruntó fieras. Sin embargo, sólo al imaginarla a ella tamblaba y su mente se inundaba de una bruma espesa que paralizaba sus músculos.
Cerró los puños y respiró. No había rastros ni caminos posibles sino los que se abrían delante de sus píes y detrás de sus próximas huellas

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