jueves, 23 de septiembre de 2010

Sin más el samaritano irrumpio en la escena. Señores, comento, a esta mujer le sobra belleza, seria buena para nuestros fines. Ella (que en este caso habia cambiado de nombres tantas veces que nadie podia nombrarla sin equivocarse) miro por la ventana hacia el fondo del patio. Ven aquella sombra que tira sobre la pared las ramas de la enredadera muerta, dijo. Nadie la entendio. Ven ese juego de imagenes que cambian segun sople o no el viento; esa soy yo. La naturaleza misma. La mujer que durmio con todos ustedes. La que pario un hijo de cada uno. La que esta misma noche partira para siempre.

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