jueves, 23 de septiembre de 2010

Por ese amor que todo lo arrasaba, Eleazar el Oscuro pergeñó un castigo. Pero no sería un castigo cualquiera, sino un castigo ejemplar. Apartaría al Gran Amante de su Amada. Los dejaría consumirse en la soledad de la mutua ausencia. Como las ménades en eterna guardia del divino Dionisio, como Orfeo sin Eurídice. ¡Ah, infame castigo, cuya consecuencia fue el marchitarse de las flores, la muerte de los cisnes, el silencio del mar! Caminando las sendas de los más recónditos países, las voces enmudecidas de los pájaros recuerdan drama sin igual. Bardos melancólicos evocan junto a los fuegos la trágica separación de los Dos que son Uno. Matronas encallecidas de dura labor derraman lágrimas ante los sones de la lira o el laud empuñado.

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