jueves, 23 de septiembre de 2010

el silencio de la habitaciòn se vio abruptamente interrumpido por un arrullo que provenìa del televisor, se escuchaba:
la camiseta de racing
se tiene que transpirar
y si no, no se la pongan
vayansèn, no roben màs
y entendì que la cosa iba por ahì, que no eran los libros ni los rìos ni las casas ni los perfumes ni las volutas aliteradas. la ùnica verdad estaba en esa uniòn, en la que no cambia a pesar de los años y las cosas, los amores eran transitorios, pero racing seguìa ahì. no habìa nada que hacerle, la boda significativa no se da entre seres, se da por la uniòn de dos almas; la mìa y la racing club de avellaneda.
y de repente, un fuego recorriò mi cuerpo, la reacciòn de una mujer que siente el miedo en toda la piel.Y llegò èl, con su cara de sorpresa. me mirò y el humo de su cigarrillo formo la palabra "terminado". què terminado??, el amor que creciò hace unos meses. Eso meses en que nuestras miradas formaron corazònes de làgrimas. Làgrimas que me tragaba, mientras las copas se reìan de mi... Y elsilencio de la casa largaba la carcajada macabra... negrura... me quede contemolando mis manos, mis uñas, y lo que podrìa haber sìdo...finasl, comienzo de una nueva historia...sin tu perfume...
Todo es carencia, carencia como la de los humildes. Todo lo que se dijo hasta ahora no tiene sentido. No tiene sentido porque nadie dijo quién era el asesino del profesor de lengua y literatura del colegio que quedaba cerca de mi casa. Mi casa quedaba cerca de la casa de Pablo, digamos cerca de la casa Juan. Para ser más exactos la casa quedaba en el partido de General San Martín, digamos cerca de mi casa.
Era un libro. Pero no cualquier libro. Era ese libro. El de mi infancia. El que de alguna forma me sigue marcando, y me exige. Me exige que sea.
Ya tenìa decidido no volver al trabajo y el rìo estaba ahì, asi que comencè a leer, sin apuro, como antes. Me invadiò cierta tranquilidad que hacia años no sentìa, y todo parecìa tan fàcil, tan simple, que no me importò el hecho de no haber ido a trabajar. La vida estaba en otro lado, ahì, justo donde estaba, en ese preciso momento, en ese rìo, con ese libro.
Cambiar la rutina de una vez y para siempre. Ésa era la consigna. Acatar mis deseos aunque ellos me arrastraran por lo màs ocuro, tenebroso y pulsional de mí.
Decidì no volver al trabajo. Era una buena forma de empezar. Al diablo con las tizas, los papeles, los directivos y los seudos compañeros-colegas.
Me encaminé para el rìo y anduve cavilando, subiendo y bajando los escalones que marcaban la rambla. Despuès bajè por la playa, la arena estaba húmeda y el aire olía a podrido. Entrando un poco más. De cara al horizonte, vi algo que me llamó la atención, y apenas me acerqué a observarlo de cerca no pude contener el aliento, y grité: socorro, socorro.
No fué sencillo. Hasta entonces mi vida se había manejado a partir de un cúmulo de imágenes y acciones claras, blandas, estables. Tenía que estar dispuesto a cambiar esa rutina elástica de pensamientos baratos y proponerme (nos) otra cosa. Desde ahora sólo me manejaría a través de una zona. Lo prohibido. Aún si eso significara la renuncia a mis antiguos deseos, más bien inconexos, de una vida de progreso y familia tipo acentada un futuro ilusorio. Desde ahora, sólo un motivo movería mi vida: transitar esa zona fronteriza que tantos habían soñado y que yo, sólo yo, de camino al trabajo, me proponía de una vez y para siempre.
Pero ¿cuánto había cambiado todo en realidad?. Sentía algo por dentro que nada tenía que ver con lo que pasaba afuera. Sentir, sin embargo, que podía tener otra actitud me llenaba de alegría. Alegria porque podría demostrar, de una vez por todas, que las cosas podían ser de otra manera, y no como se habían planteado hasta entonces. Era como volver de un largo viaje. Regresar con las valijas llenas de cosas nuevas pero que no sabían qué rol iban a cumplir en este nuevo escenario. De vez en cuando la duda...la duda de siempre, pero a pesar de todo estaba decidido. Aunque salir y mostrarme tal cuál había decidido ser se complicaba bastante.
A pesar de todo agarré mi bolso y salí a la calle, caminé apresuradamente y convencido hacia la parada del colectivo. Subí con intenciones de ser otra persona, esa persona que había nacido en mi. Me senté como siempre en el último asiento y volví sin querer, a mi costumbre de siempre: música y cavilaciones sin sentido que me vuelven más como era que como quiero ser. Sin querer, también como siempre pasó casi una hora, una hora y algo y bajé con ese otro que se parecía a mi pero que todavía no era. Caminamos un par de cuadras, entramos a un bar y nos sentamos en una última mesa, siempre última...último asiento, última mesa, esa necesidad de pasar desapercibido que no sabía si era de él o mía. Y ahí estábamos, decidiendo qué hacer, si vivir nuestra única vida o volver hacia donde ya no se podía, era el punto del no retorno.
Tal vez no era una gran decisión y ni siquiera sabía si lo iban a notar. Digo, esto de que era otra persona, ni vieja ni nueva, otra. Con esa ansiedad mezclada con felicidad salí del bar y empecé a caminar hacia el trabajo de siempre, la oficina de siempre, la vida de siempre, siendo otro... sin que nadie lo note.
Esta experiencia resultó para mi, única. Se abría para mí una dimensión desconocida, llena de preguntas y de curiosidades. Reconocer nuevamente mis sentidos, era casi como volver a nacer. Estaba naciendo de nuevo , y por primera vez me sentía capaz de desenmascarar aquellos sentimientos que hasta entonces había reprimido. No es que esa conducta fuera en mi, racional, pensada, calculada: simplemente obedecía a un aspecto de mi personalidad que más de una vez yo me empeñaba en "amordazar". En más de una oportunidad pulsaba por salir y me generaba una sensación como si perdiera el control de mi mismo, pero esta vez era diferente. Una nueva experiencia se abría ante mi, un mundo de nuevas sensaciones por descubrir, por desenmascarar y luego , imagino, por cultivar. El mayor desafìo consistiría en cultivar esta nueva vida, en hacerla crecer una vez que este momento de despertar acabara.
El peor momento fue el de la metamorfosis. Dicen por ahí que todo cambio genera
Decidí seguir mis impulsos, en lugar de hacer lo que se esperaba de mí. Como en una cantinela que se repite una y otra vez, escuchaba las palabras del maestro Schopenhauer "el hombre es esclavo de sus impulsos", impulsos,.. impulsos..., voluntad doblegada..., impulsos. Ya no me importó nada. Mi cuerpo se escapó de su habitual contenido y me desconocí. Entré en una dimensión nueva, con un nuevo cuerpo. Mis manos podían tocar como si lo hiciera por primera vez. Sentí rugosidades, huecos, lugares húmedos y calientes. Mi
Y una vez más, tratando de expiar el alma de aquello que vuelve otoño al otoño y de lo cual se vale para llorar sus hojas; una vez más me encuentra, me sorprende en el camino y no deja de exprimirme el cítrico canto a tu universo. Una vez más me sorprende, paseando por la dimensión desconocida pero siempre caminada.
¿Un grito? ¿Dos gritos? ¿mil gritos? Me engañaba el silencio, me engañaba la noche, me engañaba el camino de tierra. Avanzar es retroceder entre tanta confusiòn; entre tanta literatura. Si ese grito fue de alguien que me ha engañado, mintiendo con la distancia, ocultàndome su intensidad, por lo menos me aseguro un enemigo. Un enemigo que ya no inventarìa, como mi amada luna, que por lo menos me alumbra en este andar quebrado. Un enemigo que ya no cuidarìa, como a los árboles que ya no hablan. Un enemigo que no me espera, sino para atacarme.
¿Y si no es "alguien"? Si es un espíritu, una "luz mala", una mala letra de mi escritura. Al fin hay certezas que estoy encontrando, algo, alguien, me engaña. Me aplasta. Me asegura una distancia que no es distancia, una luna que ya es todo noche.
Un estremecimiento profundo llenò mi alma.
-¿Uno màs?-me preguntè. Sin embargo, ninguna respuesta acudìa a mi mente.
El camino de tierra se me presentaba como un laberinto, oscuro, intransitable, imposible. El temor por los ruidos desconocidos crecìa de manera desproporcionada. Temìa el peor de los daños. El de la temeridad perdida.
Avanzaba con paso lento, como un anciano decrèpito, inseguro. La fuerza con la que habìa comenzado poco a poco se habìa desvanecido.
La luz de la luna brillaba con todo su esplendor. El recuerdo del monstruo todavìa me perseguìa. Mirè hacia atràs, como tratando de buscar en las sombras la presencia que intuìa me estaba buscando.
De pronto, un grito atroz me erizò la piel. ¿De dònde provenìa?
Fui lentamente hacia el galpón y me acerqué a uno de los monstruos. No me animé a hablarle, pero lo hizo él.
-¿Qué hacés acá, a esta hora?-me dijo.
-Me desvelé y salí a caminar. Estoy muy asustado.
-Llegaste al lugar correcto. Dejá que se vaya tu temor. Sos uno más.
-¿Uno más de qué?
Pero el monstruo no respondió. Intenté llegar a la solución por mí mismo. No pude hacerlo, continuaba turbado y sentía cada vez más desasosiego. El monstruo dio media vuelta, estiró los brazos hacia arriba y desapareció traspasando la pared.
Salí del galpón tiritando de miedo. La única iluminación era la de la luna llena. Caminé durante dos horas, siguiendo la ruta de tierra, pero no encontré a ningún ser humano. Solo los ruidos de la naturaleza, que me atemorizaban cada vez más.
Estos ruidos, sin embargo, no eran los únicos.
Sî, la idea se le apareciò en el instante. Tenìa que jugar con ellos.
Recordò repentinamente, aquel libro infantil Donde viven los monstruos y el pasaje de Max que mira a los monstruos: - lo miraron con sus ojos amarillos.... No servirìa la hipnosis pero si los miraba a los ojos fijamente y ...
Los mirò. Retuvo la mirada. Los siguiò mirando, a uno en especial. Y..._ Te tengo. De algùn lado te conozco.
El otro se mostrò inquieto. Se puso algo molesto. Se mostrò nervioso y empezò a mirar a los demàs con miraba interrogadora.
Los demàs lo miraron curiosos. _ ¿Te han reconocido?
Me miraron a mì y yo bajè la mirada algo turbada.
Logrè que se alejaran un poco y empecè a estudiar el lugar. Un cuarto. Una ventana, pequeña. Una puerta vieja. Nada màs. Por la ventana se veìa un depòsito. ¿De què?
¿Còmo sigo? - me preguntè cobrando un raro coraje extraño que me habìa dado el azar. O la falta de experiencia....
Volviò ùnicamente el que habìa sido casi hipnotizado con mi mirada. Notè que estaba buscando en su cabeza còmo actuar, què decir.
Así, escuchó: ¿tenés hijos? No, respondió rápidamente. ¿Y mascotas? Depende... ¿Depende de qué?, le respondieron irritados.
De esa forma, logró lo que pretendía. Llamar nuevamente la atención. Volver a ser el centro. Y recordó la tan repetida frase de su hermano: "Vos siempre igual... siempre con el mismo complejo de centro de mesa" Ese recuerdo le generó una sonrisa. De nuevo, pronto reaccionaron ante esa repentina felicidad. ¿Depende de qué? Y fue ahí cuando decidió los pasos a seguir: TRAMPA. Elaborar una trampa. Pensar una trampa. Crear una trampa. Generar una trampa... Pero cómo, para qué, con qué finalidad... Es más: ¿qué es una trampa? Sustantivo singular femenino. La trampa. Podría ser el nombre de un perro, bah... de una perra, o de un boliche.
Ella comprendió, luego de algunas preguntas, la táctica de los interrogadores y comenzó a pensar la manera de no decir lo que ellos querían escuchar. Ante una pregunta, fingió una ataque de hipo y solicitó que se la reformulen. Ante la reformulación, dijo que no entendía esas palabras. Así siguó pensando formas de poner a prueba su voluntad de inquisidores.
La nueva tarea no la divertía demasiado. Pronto debería cambiar de estrategia.
Sin embargo vio que ellos comenzaban a mirarse de reojo, a dudar y pensar las preguntas antes de hacerlas. Parecía que el foco de atención iba dejando de ser su secreto, eso entrañable que sólo ella poseía. ¿Qué estaría cruzando por sus cabezas? ¿Qué palabras se amontonaban tanto en su cabeza que no podían encontrar el camino de salida por sus bocas? ¿Qué...?
No le gustaba dejar de ser el centro. Decidió rápidamente responder la verdad ante las próximas dos preguntas que le hicieran.
Entonces supieron que los estaba confundiendo, los datos que les daba no existían o eran erròneos. No les quedó otra opciòn que buscar una nueva forma de indagar en esa mujer. Quién era, o, aunque sea, de dónde venía. Empezaron a hacerle preguntas, preguntas capciosas, en las que no pudiera eludir fechas, circunstancias precisas...
Uno pensó en preguntarle a dónde había ido el día de su casamiento, otro, qué le había puesto al chico cuando nació. Otros barajaron algunas posibilidades acerca de su trabajo, su familia, sus placeres ¿los tendría?? No sabían cómo empezar, cómo enunciar las preguntas, cómo hacer para que no pudiera seguir escapando a lo que ellos querían saber.
Sin más el samaritano irrumpio en la escena. Señores, comento, a esta mujer le sobra belleza, seria buena para nuestros fines. Ella (que en este caso habia cambiado de nombres tantas veces que nadie podia nombrarla sin equivocarse) miro por la ventana hacia el fondo del patio. Ven aquella sombra que tira sobre la pared las ramas de la enredadera muerta, dijo. Nadie la entendio. Ven ese juego de imagenes que cambian segun sople o no el viento; esa soy yo. La naturaleza misma. La mujer que durmio con todos ustedes. La que pario un hijo de cada uno. La que esta misma noche partira para siempre.
Al percatarse de las intenciones maliciosas y lividinosas de su protector, con disimulo, trato de huir presurosa. Es cierto que disimuló pero era tal la repugnancia que le producia aquel hombresillo que no podia evitar sentirse así.
Pronto a su huida comenzó una gran persecución. Pero mas que de aquel a quien ella deseaba alejar era a su temor de lo que pudiera suceder. Al salir de aquella cabaña se encontró con otro buen samaritano que deseoso de ayudarla la invitó a su hogar. Allí conoció a su familia por lo cual creyó que ese era su salvador pero no. Su famili se iria aquella noche a un festival. aquel samaritano no era tan bueno como ella creia.
Llego la noche y su anfitrión busco el modo de que ella se sienta bien. Al ir a descanzar aquel repugnante ser que la había acogido anteriormente se contacto con ese buen samaritano. estando los dos en el hogar de este último decidieron llevarla nuevamente a su cautiverio por su mala fe con aquellos que pretendian ayudarla.
Nadie eran tan malo como aparentaban pero la hermosura de ella no le permitia ver que los demás también eran personas y que entendian con sólo ver las intenciones de sus ojos.
Entre tanto, el morador de la cabaña se relamia expectante,más ansioso de recibir los beneficios de su bondad que en ejercerla. Mas cuando se acercó acechante, la doncella importunó sus intenciones con un cuestionerio destinado a encontrar en las cercanías un benefactor mejor posicionado, y menos repulsivo que aquel prospecto que ya exhalaba sudoroso las hormonas de sus deseos.

Ella pensó en tomar la iniciativa. A partir de ese momento no sería una princesa más, una de esas hermosas rubias de largos cabellos con bucles y vestidos espectaculares. No. Debía tomar la sartén por el mango y así reivindicar el lugar de la mujer en aquella sociedad ¿Por qué siempre corriendo?, ¿por qué siempre huyendo esperando que un valiente caballero la salvase de las temibles garrras del monstruo?
A partir de ese momento su vida cambió.Así que decidió encarar al hombrecillo y sin más le prometió que si él la ayudaba a planear su escape y venganza, ella sería su amante por aquella noche.
Imaginen la cara del hombrecilllo al descubrir la transformación repentina de su posible refugiada. No podía creer la inmensidad de su suerte. Le pidió por favor que ingresase a su pequeña casa. La hermosa princesa le pidió algunos pedazos de telas y con ellos, y mucha paciencia, se confeccionó un inteligente disfraz.

Sabía que debía empezar de nuevo, el camino era largo, lento, pero estaba animada, la esperanza de una nueva vida la tranquilizaba. En medio del recorrido se topó con una casa, y deseó que fuera como la de Hansel y Gretel, toda cubierta de chocolate y adornada con millones de golosinas, además le habían contado que el chocolate ayudaba a los estados de ánimo, en una de esas, se comía lo suficiente recobraría fuerzas para seguir. Podía escapar, salir corriendo, una vez más, como muchas veces, sin embargo optó por tocar el timbre; la respuesta fue inmediata, un hombrecillo de barba larga atendió, ella creyó que era como una suerte de aparición, que tales personajes solo existen en los cuentos, especialmente en los maravillosos, la idea de que todo fuera un sueño parecía muy adolescente pero al mismo tiempo muy prometedor, así que le preguntó de qué se trataba todo esto, dónde estaba, quién era, y adónde tenía que ir.
Su castigo sería una tarea. El debía recuperar el cáliz que se escondía más allá de toda huella. No lo custodiaba gigantes, ni perros de tres rostros plagados de dientes. Solo un una mujer, una vírgen de Diana. De ella debía conseguir el favor de la copa, el favor del cáliz sagrado. Sólo que ella, lo entregaría a aquel o aquella que pudiera cautivar su corazón. Era una donación, de la copa y de sí.
Entrevió los peligros de su gran travesía, una tarea que acaso amedrentaría al mismo Jásón. Pensó en los bósques innúmeres, inmarcesibles que debía develar. Pensó en mounstros, barruntó fieras. Sin embargo, sólo al imaginarla a ella tamblaba y su mente se inundaba de una bruma espesa que paralizaba sus músculos.
Cerró los puños y respiró. No había rastros ni caminos posibles sino los que se abrían delante de sus píes y detrás de sus próximas huellas
Por ese amor que todo lo arrasaba, Eleazar el Oscuro pergeñó un castigo. Pero no sería un castigo cualquiera, sino un castigo ejemplar. Apartaría al Gran Amante de su Amada. Los dejaría consumirse en la soledad de la mutua ausencia. Como las ménades en eterna guardia del divino Dionisio, como Orfeo sin Eurídice. ¡Ah, infame castigo, cuya consecuencia fue el marchitarse de las flores, la muerte de los cisnes, el silencio del mar! Caminando las sendas de los más recónditos países, las voces enmudecidas de los pájaros recuerdan drama sin igual. Bardos melancólicos evocan junto a los fuegos la trágica separación de los Dos que son Uno. Matronas encallecidas de dura labor derraman lágrimas ante los sones de la lira o el laud empuñado.

viernes, 17 de septiembre de 2010



A los veintidós años, en primavera, se enamoró por primera vez. Fue un amor violento como un tornado que barre en línea recta una vasta llanura. Un amor que lo derribó todo a su paso, que lo succionó todo hacia el cielo en su torbellino, que lo descuartizó todo en un arranque de locura, que lo machacó todo por completo. Y, sin que su furia amainara un ápice, barrió el océano, arrasó sin misericordia las ruinas de Angkor Vat, calcinó con su fuego las selvas de la India repletas de manadas de desafortunados tigres y, convertido en tempestad de arena del desierto persa, sepultó alguna exótica ciudad amurallada. Fue un amor glorioso, monumental. Aquí empezó todo,aquí su vida dio un vuelco,