jueves, 23 de septiembre de 2010

Cambiar la rutina de una vez y para siempre. Ésa era la consigna. Acatar mis deseos aunque ellos me arrastraran por lo màs ocuro, tenebroso y pulsional de mí.
Decidì no volver al trabajo. Era una buena forma de empezar. Al diablo con las tizas, los papeles, los directivos y los seudos compañeros-colegas.
Me encaminé para el rìo y anduve cavilando, subiendo y bajando los escalones que marcaban la rambla. Despuès bajè por la playa, la arena estaba húmeda y el aire olía a podrido. Entrando un poco más. De cara al horizonte, vi algo que me llamó la atención, y apenas me acerqué a observarlo de cerca no pude contener el aliento, y grité: socorro, socorro.

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