jueves, 23 de septiembre de 2010

Pero ¿cuánto había cambiado todo en realidad?. Sentía algo por dentro que nada tenía que ver con lo que pasaba afuera. Sentir, sin embargo, que podía tener otra actitud me llenaba de alegría. Alegria porque podría demostrar, de una vez por todas, que las cosas podían ser de otra manera, y no como se habían planteado hasta entonces. Era como volver de un largo viaje. Regresar con las valijas llenas de cosas nuevas pero que no sabían qué rol iban a cumplir en este nuevo escenario. De vez en cuando la duda...la duda de siempre, pero a pesar de todo estaba decidido. Aunque salir y mostrarme tal cuál había decidido ser se complicaba bastante.
A pesar de todo agarré mi bolso y salí a la calle, caminé apresuradamente y convencido hacia la parada del colectivo. Subí con intenciones de ser otra persona, esa persona que había nacido en mi. Me senté como siempre en el último asiento y volví sin querer, a mi costumbre de siempre: música y cavilaciones sin sentido que me vuelven más como era que como quiero ser. Sin querer, también como siempre pasó casi una hora, una hora y algo y bajé con ese otro que se parecía a mi pero que todavía no era. Caminamos un par de cuadras, entramos a un bar y nos sentamos en una última mesa, siempre última...último asiento, última mesa, esa necesidad de pasar desapercibido que no sabía si era de él o mía. Y ahí estábamos, decidiendo qué hacer, si vivir nuestra única vida o volver hacia donde ya no se podía, era el punto del no retorno.
Tal vez no era una gran decisión y ni siquiera sabía si lo iban a notar. Digo, esto de que era otra persona, ni vieja ni nueva, otra. Con esa ansiedad mezclada con felicidad salí del bar y empecé a caminar hacia el trabajo de siempre, la oficina de siempre, la vida de siempre, siendo otro... sin que nadie lo note.

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